martes, 23 de junio de 2009

Estancia

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Espigas y ascuas mi piel, hermosa,

al atravesar el valle y el recodo.

Recompensa: tus suaves labios, tortura,
que a varios juegos se prestan.

Mientras agua bendita cae del cielo,
la tierra humedece,
y ese perfume se funde con tu piel,

sobre tu hombro contemplo la niebla de media tarde.

lunes, 8 de junio de 2009

Las siete voces del viento

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I.-


He encontrado, bajo la tibia arena,

las pisadas frágiles de gentes ilustres;

los toldos cubren la blanca piel,

las hostias de miel se hacen nieve

en los regazos.



Me he buscado, me he encontrado,

el mar frío elige la resaca indicada;

la piel se hace hielo, se hace roca,

las Oceánidas bien me placen

con su canto.


No ha querido el sol,

alto en su techumbre,

dar paso

a la corriente salada del mediodía.



II.-


La mirada indiscreta, sabia,

hurgando las monedas de mi mano,

se ve en su tez un pasado ajado;

el cielo ha cedido a sus llantos.



III.-


Te he visto pasear a tu hija predilecta,

el parque se ha hecho para ella valle.

Los dones de la tierra, marchitos,

se muestran fríos bajo el cálido sol de la tarde.



IV.-


"Hija, el cielo no puedo cargar

en mis hombros de hombre exhausto;

yo he encontrado, he hurtado, he sobrevivido,

para oír, de tu voz, lo alto.


No quieras, en verdad,

seguir los pasos de tu padre.

Pero ten por seguro, hija mía,

(y ante esto el padre llora)

que no es tarea fácil,

de verdad no lo es,

quebrar el cielo de un grito

y que las gárgolas caigan de la altura

de la altura incólume

de la fogata recia de tus ojos.

Pues ten seguro, hija mía,


que cuando el tiempo haya pasado, todo será marchito".



V.-



Con faz temblorosa

dudó el hombre sentenciado.

"Me ha atrapado", se ha dicho,

"que las musas se retuerzan de júbilo,

putas borrascosas".



VI.-


Regreso del mar a la tierra,

escamas de dragón enterradas en la arena.

Sangre en el suelo queda;

deseo llevarla a los bravos mares.


Me espera, recia en el palacio de su propio cuerpo,

cobre y brisa sus cabellos tañidos por el viento,

y su voz lúcida suena;

me parece en ella oír el fin de mis pesares.



VII.-


He encontrado, sobre la arena sabia,

las miradas amantes de los hijos

de Dios

que pesan sobre el mundo.